Aquella noche me había sentido en total conexión con un caracol, al que nunca me había parado a observar, pero era tan simpático que pasamos un buen momento. Nos comunicamos. Hoy a la mañana hice lo mismo con otro que me encontré por el camino. Son geniales, probadlo. Pensé que no iban a ser tan sociales. Su lentitud en sus movimientos me enseñaron que para disfrutar de la vida no hace falta correr, sino palpar, observar, mirar, y luego, como hacen ellos, decidir el camino.
Esa mañana también caminé sólo por los bosques. Envuelto en mi misticismo me acordé de cierta práctica que Paulo Coelho hizo en su viaje por el Camino. Poco antes de venir, una buena amiga y mejor persona me regaló "El Peregrino de Compostela". Es interesante ver cómo cada uno que hace el camino lo hace a su manera. El autor del libro seguía unos rituales de una tradición Católica si no me equivoco. Le acompañaba un guía que le proponía ejercicios diarios. Hoy, al pasar por unos charcos, me acordé del ritual del agua.
Estuve haciéndolo un rato pero vinieron un par de peregrinos y me dio vergüenza, con lo que me levanté como si simplemente me estaba lavando las manos. "Buen camino" nos deseamos mutuamente, algo que se suele decir entre los peregrinos. Seguí caminando y al cabo de un tiempo, cuando me encontré otra vez sólo y vi otro par de charcos lo volví a hacer. Estaba divertido sobre todo. Esta vez igual estuve unos dos o tres minutos. El agua hacía formas y me imaginaba diferentes imágenes o dibujos. Después mis pensamientos se fueron a pensar en el peregrino francés con el que había caminado gran parte de la etapa del día anterior, pero que se quedó en Zarautz porque estaba cansado. Su nombre es Tierry aunque me dijo que a veces le llaman Juan, porque es su segundo nombre. Para mi sorpresa o no, alguien me gritó desde la colina: ¡Roberto¡. Efectivamente, era Tierry.
- Que haces ahí, me dijo, a lo que respondí: Te estaba esperando...Ambos dos sonreimos y caminamos juntos hasta Zumaia, pues me apetecía escribir todo lo acontecido hasta el momento y tomarme la etapa con calma, como la vida de un caracol.
Así pues con la calma pasee por Zumaia un rato, y observando, vi una fuente que me resultaba familiar. Era la fuente que sale en Ocho apellidos Vascos, película que ha tenido mucho éxito en los cines de nuestro pais. Como siempre hasta el momento en este viaje, echo un trago por no llevar botella en la mochila por tema de peso. Además ya se está convirtiendo en una tradición personal, pues el otro día, hablando con Feliciano de temas de la vida en una de nuestras muchas charlas, comentábamos que la vida es un constante aprendizaje, a lo que él añadió "Y todavía te quedan muchas fuentes por beber". Y así es, y le dije que beberé de todas las que vea en el Camino, como símil a las fuentes de la vida.
Cerca de la fuente estaba la iglesia de San Juan que se veia desde el puente. Ya que la había visto desde el puente me acerqué a echar un vistazo por dentro. Estaban en misa, pero ya que estoy de peregrino me decidí a quedarme en aquella celebración de Domingo que hacía tiempo no veía. No creo en la Iglesia porque lo considero un negocio, una reconducción de la verdadera espiritualidad de la gente para fines propios de otros o colectivos de pocos. A pesar de todo, aquel día note algo especial en el ambiente, fluia algo entre todos. Tal vez yo simplemente disfruté de la gente que allí había con unos valores que sí defiendo, como el amor, confraternidad y el bien universal. De hecho me emocioné y sentí otra vez esos escalofrios frios que últimamente recorren mi cuerpo cuando me siento conectado. ¿A qué? A la vida, no a la Iglesia. Para mí las religiones son intereses y la espiritualidad, un amor por el universo, al que si tu haces el bien él te proporciona el bien.
Ese día me sentía en plena conexión con todo, y seguí mi camino hasta Deba entre las verdes montañas de la zona poblada de distintos típicos caserios con diferentes tipos de animales. Vacas, ovejas, caballos, pájaros, gallinas, ocas, cerdos.... Intenté acercarme a todos, como hice con el caracol. Les llamaba, les hablaba, les silbaba para ver si se acercaban pero esta vez no result. Simplemente me miraban, pero no hubo un acercamiento real. No llegamos a comunicar de verdad. Tal vez tenga que cambiar mi lenguaje con los animales...
A pesar de esto, cuando pasaba por zonas verdosas del camino rodeadas de árboles y acariciaba sus hojas, de nuevo esos frios escalo fríos recorrían mi cuerpo por la espalda hasta la nuca en ocasiones. Poniéndome en muchas ocasiones los pelos del punto. Estaba contento, porque parece que de verdad había podido encontrar un método para conectar con la vegetación del lugar.
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